--¡Oh! ¡No, no calumnio al amor! El amor es la posesión.
¡Ser dueño de una criatura humana, conquistar un alma, multiplicar tu corazón
por otro, que no es menos tuyo porque lata en pecho distinto, extender tu
existencia a través de otras dependientes y sumisas, sin duda constituye algo grandioso
y bello! Tengo esa ambición gigantesca del amor. Pero la cuestión estriba en
añadir a nuestra personalidad el mayor
número de personalidades posibles; en enriquecerse con todos los amores que se
encuentren; en absorber en sí todo
cuanto de poder y de vida hallemos a nuestro alcance. ¡Infelices aquellos que
se contentan con una mujer, y a quienes basta duplicarse, cuando podrían
centuplicarse! ¿Qué esto hace llorar a las mujeres? ¡Peor para ellas! El mar
sólo existe porque bebe todas las gotas de todos lo ríos. Yo, quisiera beber
todas las lágrimas de todas las mujeres, con el fin de sentir la embriaguez y
el orgullo de l Océano.
--Te engañas, amigo; la grandeza no consiste en tener, sino
en ser. La riqueza no está en recibir, sino en dar. Yo me entregaré por entero,
y para siempre, a aquella a quien ame. No despilfarraré mi corazón en vil
moneda de cincuenta caprichos triviales y pasajeros; lo concentraré en un solo
amor, profundo e inmortal. Y no por eso he de creerme más mezquino y más avaro,
al contrario. Siguiendo ese camino, Samuel, la alegría humana alcanza la
suprema felicidad. El fin de don Juan, con sus mil y tres mujeres, representa
el Infierno; el fin de Dante, con su Beatriz, el Cielo.