Si te observo no lo harás conmigo.
Para qué me miras? porque razón ojos? por qué razón pupilas? si balbuceo entre constelaciones mirando sin mirar...

domingo, 20 de mayo de 2012

Frag. La Boca del Infierno



--¡Oh! ¡No, no calumnio al amor! El amor es la posesión. ¡Ser dueño de una criatura humana, conquistar un alma, multiplicar tu corazón por otro, que no es menos tuyo porque lata en pecho distinto, extender tu existencia a través de otras dependientes y sumisas, sin duda constituye algo grandioso y bello! Tengo esa ambición gigantesca del amor. Pero la cuestión estriba en añadir a nuestra personalidad  el mayor número de personalidades posibles; en enriquecerse con todos los amores que se encuentren;  en absorber en sí todo cuanto de poder y de vida hallemos a nuestro alcance. ¡Infelices aquellos que se contentan con una mujer, y a quienes basta duplicarse, cuando podrían centuplicarse! ¿Qué esto hace llorar a las mujeres? ¡Peor para ellas! El mar sólo existe porque bebe todas las gotas de todos lo ríos. Yo, quisiera beber todas las lágrimas de todas las mujeres, con el fin de sentir la embriaguez y el orgullo de l Océano.
--Te engañas, amigo; la grandeza no consiste en tener, sino en ser. La riqueza no está en recibir, sino en dar. Yo me entregaré por entero, y para siempre, a aquella a quien ame. No despilfarraré mi corazón en vil moneda de cincuenta caprichos triviales y pasajeros; lo concentraré en un solo amor, profundo e inmortal. Y no por eso he de creerme más mezquino y más avaro, al contrario. Siguiendo ese camino, Samuel, la alegría humana alcanza la suprema felicidad. El fin de don Juan, con sus mil y tres mujeres, representa el Infierno; el fin de Dante, con su Beatriz, el Cielo.


viernes, 2 de marzo de 2012

Philip Glass - The Kiss (HD)



Me pierdo entre la embriaguez de brillos de dulce demencia onirica, pierdo incluso mi desnudez para crear vestidos que no contengan hilos de incertidumbres nocherniegas. 

Me empeño en cerrar los ojos para encontrarme con los ojos de libélulas que habitan mis sueños cada noche...(Scch... escucho sus pequeñas vocecitas noctambulas inyectando a mis oídos la pasión que nunca había poseído por la vida.)

jueves, 9 de febrero de 2012

MATT ELLIOTT - the Kursk


It's cold I'm afraid
It's been like this for a day
The water is rising & slowly we're dying
We won't see light again
We won't see our wives again

miércoles, 8 de febrero de 2012

[¡QUE ALEGRÍA, VIVIR]

¡Que alegría, vivir
sintiéndose vivido!
Rendirse
A la gran certidumbre, oscuramente,
De que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
Me está viviendo.

Que cuando los espejos, los espías
-azogues, almas cortas-, aseguran
que estoy aquí, yo inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios,
negándome al amor
de la luz, de la flor y de los hombres,
la verdad transvisible es que camino
sin mis pasos, con otros,
allá lejos, y allí
estoy buscando flores, luces, hablo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
Porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
No sospechadas por mi gran silencio;
Y es que también me quiere con su voz.
La vida -¡Que transporte ya!-, ignorancia
De lo que son mis actos, que ella hace,
En que ella vive, doble, suya y mía.
Y cuando ella me hable
De un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
Recordaré
Estrellas que no vi, que ella miraba,
Y nieve que nevaba allá en su cielo.
Con la extraña delicia de acordarse
De haber tocado lo que no toqué
Sino con esas manos que no alcanzo
A coger con las mías, tan distantes.
Y todo enajenado podrá el cuerpo
Descansar, quieto, muerto ya. Morirse
En la alta confianza
De que este vivir mío no era sólo
Mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
Otro ser por detrás de la no muerte...

martes, 7 de febrero de 2012

"Si no sabes volar"



Me asuste tanto al final del video, no lo esperaba, será que me dio tanto susto porque estoy perdiendo esa virtud de tener alas?

Sinceramente mi mayor temor es perder la virtud de zarandear las alas de mi fugitiva imaginación.

Charles Dickens

Casa desolada (fragmento)

La gata se ha retirado hasta la puerta, y está gruñendo; no a ellos, sino a algo que hay en el suelo, delante de la chimenea. Queda muy poco fuego, pero hay un vapor denso y sofocante en la habitación, y una capa grasienta y oscura ennegrece las paredes y el techo. La chaqueta y la gorra del viejo están colgadas en una silla. El cordón rojo que ataba las cartas se encuentra en el suelo, pero no se ve papel alguno, sino sólo una masa negra y desecha en el suelo.
-¿Qué le pasa a la gata? -dice el señor Guppy- ¡Mírala!
Avanzan despacio, observando todos los objetos. La gata sigue donde la encontraron, gruñéndole a algo que hay en el suelo, delante de la chimenea, entre las dos sillas. ¿Qué es eso? Levanta la luz.
Aquí, en el entarimado, hay un pequeño rodal quemado; aquí están las cenizas de un puñado de papeles, aunque menos livianas de lo normal; parecen impregnadas de algo; y aquí están... aquí están los residuos de un pequeño tronco carbonizado y hecho trozos, salpicado de cenizas blanquecinas; ¿o será carbón? ¡Horror; está aquí!, y aquello de lo que huimos, apagando la luz, derribándonos el uno al otro apresurándonos para salir a la calle, es cuanto queda de él.
¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Acudid a esta casa, por el amor de Dios!
Son muchos los que acuden, pero nadie puede hacer nada. El lord canciller de este tribunal, fiel a su título en su último acto, ha tenido la muerte de todos los cancilleres de todos los tribunales, la de todas las autoridades de todos los lugares, cualesquiera que sean sus nombres, donde se cometen fraudes y se hacen injusticias. Llame su señoría a la muerte con el nombre que quiera, atribúyala a quien le apetezca, o diga que podía haberse evitado de alguna manera: es siempre la misma muerte; innata, congénita, generada en los humores corrompidos del mismo cuerpo depravado, y nada más. Es la Combustión Espontánea, y de ninguna otra muerte ha podido morir. "

Charles Dickens


David Copperfield (fragmento)


Tenía mi cabeza sujeta como en un tubo; pero yo me retorcía a su alrededor rogándole que no me pegase. Se detuvo un momento, pero sólo un momento, pues un instante después me pegaba del modo más odioso. En el momento en que empezó a azotarme, yo acerqué la boca a la mano que me sujetaba y la mordí con fuerza. Todavía siento rechinar mis dientes al pensarlo.
Entonces él me pegó como si hubiera querido matarme a golpes. A pesar del ruido que hacíamos, oí correr en las escaleras y llorar. Sí; oí llorar a mamá y a Peggotty. Después se marchó, cerrándome la puerta por fuera y dejándome tirado en el suelo, ardiendo de fiebre, desgarrado y furioso.
¡Qué bien recuerdo, cuando empecé a tranquilizarme, la extraña quietud que parecía reinar en la casa! ¡Qué bien recuerdo lo malo que empezaba a sentirme cuando la cólera y el dolor fueron pasando!
Estuve escuchando largo rato; pero no se oía nada. Me levanté con trabajo del suelo y me miré al espejo. Estaba tan rojo, hinchado y horrible, que casi me asusté. Me dolían los huesos, y cada movimiento me hacía llorar; pero aquello no era nada al lado de mi sentimiento de culpa. Estoy seguro de que me sentía más culpable que el más temible criminal.
Empezaba a oscurecer y cerré la ventana. Durante mucho rato había estado con la cabeza apoyada en los cristales, llorando, durmiendo, escuchando y mirando hacia fuera. De pronto oí el ruido de la llave y entró miss Murdstone con un poco de pan y carne y una taza de leche. Lo puso todo encima de la mesa, sin decir nada, y mirándome con ejemplar firmeza. Después se marchó, volviendo a cerrar la puerta tras de sí.
Era ya de noche, y yo continuaba sentado en el mismo sitio, con la esperanza de que viniera alguna otra persona. Cuando me convencí de que ya aquella noche no volvería nadie, me acosté, y en la cama empecé a meditar con temor en lo que sería de mí en lo sucesivo. ¿Lo que había hecho era un crimen? ¿Me meterían en la cárcel? ¿No habría peligro de que me ahorcasen? 
"


Charles Dickens

Nicholas Nickleby (fragmento)

El señor Nickleby cerró un libro de contabilidad que estaba sobre su escritorio y, echándose para atrás en la silla, miró con aire de abstracción a través de la ventana sucia. Algunas casas de Londres tienen atrás un melancólico lotecito de tierra, por lo general bardado con cuatro altas paredes encaladas, y observado con desagrado por montones de chimeneas, en los que languidece, año tras año, un árbol tullido, que hace un espectáculo de presentar unas cuantas hojas a fines del otoño, cuando los otros árboles dejan caer las suyas y, encorvándose por el esfuerzo, resiste, crujiente y reseco por el humo, hasta la siguiente estación... La gente a veces llama "jardines" a estos oscuros patios; no se supone que nunca se plantaran, sino más bien que son parcelas de tierra no reclamada, con la vegetación marchita del campo de ladrillos original. Nadie piensa en pasearse por ese sitio desolado, ni en convertirlo en nada. Unos cuantos canastos, media docena de botellas rotas, y otra basura por el estilo, pueden tirarse allí, cuando el inquilino acaba de mudarse, pero nada más; y allí permanecen hasta que éste se va: el mimbre húmedo tarda en pudrirse el tiempo que considere necesario: y se mezcla con la caja de desechos, las siempremuertas truncas y las macetas rotas, tristemente esparcidas por ahí: presas para intrusos de cara "negra" y polvo. "


Charles Dickens



Oliver Twist (fragmento)


Un espeso vaho se levantaba perpetuamente de los humeantes cuerpos del ganado y se mezclaba con la niebla, que parecía descansar sobre los extremos de las chimeneas, colgando pesadamente sobre ellas...Campesinos, carniceros, rebaños, mercaderes, muchachos, desocupados y vagabundos de baja estofa, se mezclaban en una masa densa. Los silbidos de los que llevaban los rebaños, el ladrido de los perros, los mugidos de los bueyes, el balido de los corderos, el gruñido y chirrido de los cerdos, las exclamaciones de los mercachifles, los gritos, interjecciones y peleas por todos los lados, el tañido de las campanas, un estruendo de voces que salían de las tabernas; la muchedumbre empujando, moviéndose y golpeando, insultando y chillando.
(...)
Tentadoras provisiones de todo cuanto puede estimular el hastiado apetito y dar nuevo realce al frecuentemente repetido festín; vasijas de bruñido oro y plata, forjados en las más exquisitas formas de vasos, platos y gobeletes; escopetas, espadas, pistolas y otros instrumentos de muerte, hierros para los encorbados, pañales para los recién nacidos, pócimas para los enfermos, cajas para los muertos, cementerios para los enterrados, todas esas cosas se mezclaban una con otra y al congregarse parecían deslizarse rápidamente en una abigarrada danza. 
"

Charles Dickens (Gran Bretaña, 1812-1870)

Charles Dickens 
(Gran Bretaña, 1812-1870)

Aunque he leído sólo "Grandes Esperezas de éste brillante escritor, y solo ingreso entradas de libros leídos, quise guardar unos fragmentos que encontré de otras obras en diferentes entradas, no había caído en cuenta que también es un acuariano, cumple años hoy 7 de Febrero, no significa que sea una empedernida del horoscopo, pero disfruto viendo las coincidencias en personalidades aunque solo sean de otros amigos presenciales, lo que pasa es que fue un gran poder que sentí apenas me senté a leerlo, pude navegar en él dos noches hasta las cuatro de la mañana, quiero decirte Dickens que en esos días me salvaste de mi vida para sumergirme en las que tú creaste en Grandes Esperanzas... 

No hablaré en sí de lo que se trata el libro me guste tanto, pero a veces pienso de los mismos prologos que son muy planos, tan insoportable a veces los encuentro y preciso estàn en el inicio de los libros...

sábado, 4 de febrero de 2012

El Varón Domado - Esther Vilar

Solamente en esta dedicación ya se dice demasiado de lo que puede ser sumergirse en la perspectiva de Esther Vilar...


Este libro está dedicado
a las personas que no aparecen en él:
a los pocos hombres que no se dejan amaestrar
y a las pocas mujeres que no son venales. 
Y a los seres afortunados que no tienen
valor mercantil, por ser demasiado viejos,
demasiado feos o demasiado enfermos.
E. V.


sábado, 28 de enero de 2012

Lucas, sus largas marchas


Todo el mundo sabe que la Tierra está separada de los otros astros por una cantidad variable de años luz. Lo que pocos saben (en realidad, solamente yo) es que Margarita está separada de mí por una cantidad considerable de años caracol.
Al principio pensé que se trataba de años tortuga, pero he tenido que abandonar esa unidad de medida demasiado halagadora. Por poco que camine una tortuga, yo hubiera terminado por llegar a Margarita, pero en cambio Osvaldo, mi caracol preferido, no me deja la menor esperanza. Vaya a saber cuando se inici o la marcha que lo fue distanciando imperceptiblemente de mi zapato izquierdo, luego que lo hube orientado con extrema precisión hacia el tumbo que lo llevara a Margarita. Repleto de lechuga fresca, cuidado y atendido amorosamente, su primer avance fue promisorio, y me dije esperanzadamente que antes de que el pino del patio sobrepasara la altura del tejado, los plateados cuernos de Osvaldo entrarían en el campo visual de Margarita pare llevarle mi mensaje simpático; entretanto, desde aquí podía ser feliz imaginando su alegría al verlo llegar, la agitación de sus trenzas y sus brazos.
Tal vez los años luz son todos iguales, pero no los años caracol, y Osvaldo ha cesado de merecer mi confianza. No es que se detenga, pues me ha sido posible verificar por su huella argentada que prosigue su marcha y que mantiene la buena dirección, aunque esto suponga pare el subir y bajar incontables paredes o atravesar íntegramente una f ábrica de fideos. Pero más me cuesta a mí comprobar esa meritoria exactitud, y dos veces he sido arrestado por guardianes enfurecidos a quienes he tenido que decir las peores mentiras puesto que la verdad me hubiera valido una lluvia de trompadas. Lo triste es que Margarita, sentada en su sillón de terciopelo tosa, me espera del otro lado de la ciudad. Si en vez de Osvaldo yo me hubiera servido de los años luz, ya tendríamos nietos; pero cuando se ama largo y dulcemente, cuando se quiere llegar al termino de una paulatina esperanza, es lógico que se elijan los años caracol. Es tan difícil, después de todo, decidir cuales son las ventajas y cuales los inconvenientes de estas opciones.

Fragmentos -LA NAUSEA

DIARIO 
Lunes 29 de enero de 1932.
Algo me ha sucedido, no puedo seguir dudándolo. Vino como una enfermedad, no como una certeza ordinaria, o una evidencia. Se instaló solapadamente poco a poco; yo me sentí algo raro, algo molesto, nada más. Una vez en su sitio, aquello no se movió, permaneció tranquilo, y pude persuadirme de que no tenía nada, de que era una falsa alarma. Y ahora crece. No creo que el oficio de historiador predisponga al análisis psicológico. En nuestro trabajo sólo tenemos que habérnoslas con sentimientos a los cuales se aplican nombres genéricos, como Ambición, Interés. Sin embargo, si tuviera una sombra de conocimiento de mí mismo, ahora debería utilizarlo. Por ejemplo, en mis manos hay algo nuevo, cierta manera de tomar la pipa o 
el tenedor. O es el tenedor el que ahora tiene cierta manera de hacerse tomar; no sé. Hace un instante, cuando iba a entrar en mi cuarto, me detuve en seco al sentir en la mano un objeto frío que retenía mi atención con una especie de personalidad. Abrí la mano, miré: era simplemente el picaporte. Esta mañana en 
la biblioteca, cuando el Autodidacto5 vino a darme los buenos días, tardé diez segundos  en  reconocerlo.  Veía  un  rostro  desconocido,  apenas  un  rostro.  Y además  su  mano  era  como  un  grueso  gusano  blanco  en  la  mía.  La  solté  en seguida y el brazo cayó blandamente. También en la calle hay una cantidad de ruidos turbios que se arrastran. Por lo tanto se ha producido un cambio durante estas últimas semanas. ¿Pero dónde? Es un cambio abstracto que no se apoya en nada. ¿Soy yo quien ha cambiado? Si no soy yo, entonces es este cuarto, esta ciudad, esta naturaleza; hay que elegir.

Creo que soy yo quien ha cambiado; es la solución más simple. También la más desagradable. Pero debo reconocer que estoy sujeto a estas súbitas transformaciones. Lo que pasa es que rara vez pienso; entonces sin darme cuenta, se acumula en mí una multitud de pequeñas metamorfosis, y un buen día se produce una verdadera revolución. Es lo que ha dado a mi vida este aspecto desconcertante, incoherente. Cuando salí de Francia, por ejemplo, muchos dijeron que había partido por capricho. Y cuando regresé bruscamente después de seis años de viaje, todavía se hubiera podido hablar muy bien de capricho. Aún me veo en la oficina de aquel funcionario francés que renunció el año pasado a consecuencia del asunto Pétrou. Marcel se dirigía a Bengala con una misión arqueológica. Yo siempre había deseado ir a Bengala y Marcel me apremiaba para que me uniera a él. Ahora me pregunto por qué. Pienso que no estaba seguro del Portal y contaba conmigo para no perderlo de vista. Yo no tenía ningún motivo para negarme. Y aunque en aquella época hubiese presentido la pequeña tramoya contra Portal, era una razón más para aceptar con entusiasmo. Bueno, pues estaba paralizado y no podía decir una palabra. Miraba fijo una pequeña estatuita kmer, sobre una carpeta verde, al lado de un aparato telefónico. Me sentía lleno de linfa o leche tibia. Mercier me decía, con cierta irritación velada por una paciencia angélica: —Claro, yo necesito estar seguro oficialmente. Sé que acabará usted por decir que sí; sería preferible aceptar en seguida. 
Marcel tiene una barba de un negro rojizo, muy perfumada. A cada movimiento de su cabeza, yo respiraba una bocanada de perfume. Y de pronto me desperté de un sueño de seis años. La estatua me pareció desagradable y estúpida, y sentí que me aburría profundamente. No lograba comprender por qué estaba yo en Indochina. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué hablaba con esa gente? ¿Por qué iba vestido de una manera tan rara? Mi pasión estaba muerta. Me había arrebatado y arrastrado: en la actualidad me sentía vacío. Pero esto no era lo peor; delante de mí, plantada con una especie de indolencia, había una idea voluminosa e insípida. No sé muy bien qué era, pero no podía mirarla, tanto me repugnaba. Todo esto se confundía para mí con el perfume de la barba de Mercier. Me sacudí, exasperado y colérico contra él; respondí secamente: —Se lo agradezco, pero creo que be viajado bastante; ahora tengo que volver a Francia. 
A los dos días tomaba el barco para Marsella. Si no me equivoco, si todos los signos que se acumulan son precursores de una nueva conmoción en mi vida, bueno, tengo miedo. No es que mi vida sea rica, ni densa, ni preciosa. Pero tengo miedo de lo que va a nacer, de lo que va a apoderarse de mí, ¿y arrastrarme a dónde? ¿Será necesario una vez más que me vaya, que deje todo lo proyectado, mis investigaciones, mi libro? ¿Me despertaré dentro de algunos meses, dentro de algunos años, roto, decepcionado, en medio de nuevas ruinas? Quisiera ver claro en mí antes de que sea demasiado tarde.


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En otra época —aun mucho después de que me dejó— pensaba en Anny.
Ahora ya no pienso en nadie; ni siquiera me cuido de buscar palabras. La cosa se
desliza en mí más o menos rápido; no fijo nada, la dejo correr. La mayor parte
del tiempo, al no unirse a palabras, mis pensamientos quedan en nieblas.
 Dibujan formas vagas y agradables, se disipan; enseguida los olvido.
Esos jóvenes me maravillan; mientras beben el café cuentan historias claras y  verosímiles. Si se les pregunta qué han hecho ayer, no se turban: os enteran en  dos palabras. En su lugar, yo farfullaría. Es cierto que desde hace mucho nadie se  ocupa de cómo empleo el tiempo. El que vive solo ni siquiera sabe qué es contar;  lo verosímil desaparece al mismo tiempo que los amigos. También deja correr los  acontecimientos; ve surgir bruscamente gentes que hablan y se van; se sumerge  en historias sin pies ni cabeza; sería un execrable testigo. Pero, en compensación,  no pasa por alto todo lo inverosímil, todo lo que nadie creería en los cafés. Por  ejemplo,  el  sábado,  a  eso  de  las  cuatro  de  la  tarde,  en  el  caminito  de  tablas  del  depósito de la estación, una mujercita de celeste corría hacia atrás, riendo,  agitando un pañuelo. Al mismo tiempo, un negro con impermeable crema,  zapatos amarillos y sombrero verde, doblaba la esquina y silbaba. La mujer  tropezó con él, siempre retrocediendo,  bajo una linterna suspendida en la  empalizada, que se enciende a la noche. Había, pues, allí, al mismo tiempo, el  cerco que huele a madera mojada, la linterna, la mujercita rubia en los brazos del  negro, bajo un cielo de fuego. De haber sido cuatro o cinco, supongo que  hubiéramos notado el choque, todos aquellos colores tiernos, el hermoso abrigo  azul que parecía un edredón, el impermeable claro, los vidrios rojos de la  linterna; nos hubiéramos reído de la estupefacción que manifestaban esos dos  rostros de niños.  Es raro que un hombre solo tenga ganas de reír; el conjunto se animó para mí  de un sentido muy fuerte y hasta hosco, pero puro. Después se dislocó; sólo  quedó la linterna, la empalizada, el cielo; todavía era bastante bello. Una hora  después la linterna estaba encendida, soplaba el viento, el cielo en negro; ya no  restaba absolutamente nada.  Todo esto no es muy nuevo; nunca he negado estas emociones inofensivas; al  contrario. Para sentirlas basta estar un poquitito  solo, justo lo necesario para  desembarazarse de la verosimilitud en el momento oportuno. Pero me quedaba  cerca de las gentes, en la superficie de la soledad, decidido a refugiarme, en caso  de alarma, en medio de ellas; en el fondo era hasta entonces un aficionado.  Ahora, en todas partes hay cosas como este vaso de cerveza, aquí, sobre la  mesa. Cuando lo veo me dan ganas de decir: pido, no juego más. Comprendo  muy bien que he ido demasiado lejos. Supongo que uno no puede prever los  inconvenientes de la soledad. Esto no quiere decir que mire debajo de la cama  antes de acostarme, ni que tema ver abrirse bruscamente la puerta de mi cuarto  en mitad de la noche. Pero de todos modos, estoy inquieto; hace una media hora  que evito mirar este vaso de cerveza. Miro encima, debajo, a derecha, a izquierda;  pero a él no quiero verlo. Y sé muy bien que todos los célibes que me rodean no  pueden ayudarme en nada; es demasiado tarde, ya no puedo refugiarme entre  ellos. Vendrían a palmearme el hombro, me dirían: “Bueno, ¿qué tiene este vaso
 de cerveza? Es como los otros. Es biselado, con un asa, lleva un escudito con una  pala y sobre el escudo una inscripción: Spatenbräu. Sé  todo  esto,  pero  sé  que  hay  otra cosa. Casi nada. Pero ya no puedo explicar lo que veo. A nadie. Ahora me  deslizo despacito al fondo del agua, hacia el miedo.  Estoy solo en medio de estas voces alegres y razonables. Todos esos tipos se  pasan el tiempo explicándose, reconociendo con felicidad que comparten las  mismas opiniones. Qué importancia conceden, Dios mío, al hecho de pensar  todos juntos las mismas cosas. Basta ver la cara que ponen cuando pasa entre  ellos uno de esos hombres con ojos de pescado que parecen mirar hacia adentro,  y con los cuales nunca pueden ponerse de acuerdo. Cuando yo tenía ocho años y  jugaba en el Luxemburgo, había uno que iba a sentarse en una silla junto a la  verja  que  costea  la  calle  Auguste  Comte.  No  hablaba,  pero  de  vez  en  cuando  extendía  la  pierna  y  se  miraba  el  pie  con aire espantado. En ese pie llevaba un  botín, en el otro una pantufla. El guardián dijo a mi tía que era un antiguo  celador. Lo habían jubilado porque fue a clase a leer las notas trimestrales con  frac de académico. Le teníamos un miedo horrible porque sabíamos que estaba  solo. Un día sonrió a Robert tendiéndole los brazos desde lejos; Robert estuvo a  punto de desvanecerse. No era el aire miserable de aquel tipo lo que nos daba  miedo, ni el tumor que tenía en el pescuezo y que el borde del cuello postizo  rozaba; sentíamos que elaboraba en su cabeza pensamientos de cangrejo o  langosta. Y nos aterrorizaba que pudieran concebirse pensamientos de langosta  sobre la silla, sobre nuestros aros, sobre los arbustos.  ¿Es eso lo que me espera? Por primera  vez me hastía estar solo. Quisiera  hablar a alguien de lo que me pasa, antes de que sea demasiado tarde, antes de  inspirar miedo a los chiquillos. Quisiera que Anny estuviese aquí.

viernes, 27 de enero de 2012

Alcest - Le Secret - das Parfum - El perfume



Lo que encontraba más liberador era la lejanía de los seres humanos. En París vivían hacinados más habitantes que en cualquier otra ciudad del mundo, unos seiscientos o setecientos mil. Pululaban en las calles y plazas y atestaban las casas desde el sótano hasta el tejado. En todo París no había apenas un rincón que no bullera de hombres, ninguna piedra, ningún trozo de tierra que no oliera a seres humanos.
Ahora que habìa empezado a alejarse comprendió con claridad Grenouille que aquel denso caldo humano le había oprimido como un aire de tormenta durante dieciocho años. Siempre había creído que era del mundo en general de lo que tenía que apartarse, pero ahora veía que no se trataba del mundo, sino de los seres humanos. Al parecer, en el mundo, en el mundo sin hombres, la vida era soportable.

Dejo un enlace de la musica que suena de fondo me ha fascinado...
http://www.myspace.com/alcestmusic 

El Viejo y el Mar


Ahora era de noche, pues en septiembre se hace de noche rápidamente después de la puesta del sol. Se echó contra la madera gastada de la proa y reposó todo lo posible. Habían salido las primeras estrellas. No conocía el nombre de Venus, pero la vio y sabía que pronto estarían todas a la vista y que tendría consigo todas sus amigas lejanas. 
–El pez también es mi amigo –dijo en voz alta–. Jamás he visto un pez así, ni he oído hablar de él. Pero tengo que matarlo. Me alegro que no tengamos que tratar de matar las estrellas.
“Imagínate que cada día tuviera uno que tratar de matar la luna –pensó–. La
luna se escapa. Pero ¡imagínate que tuviera uno que tratar diariamente de matar
el sol! Nacimos con suerte”, pensó.





Luego sintió pena por el gran pez que no tenía nada que comer y su decisión de
matarlo no se aflojó por eso un instante. “Podría alimentar a mucha gente –pensó–
. Pero ¿serán dignos de comerlo? No, desde luego que no. No hay persona digna 
de comérselo, a juzgar por su comportamiento y su gran dignidad.”
“No comprendo estas cosas –pensó–. Pero es bueno que no tengamos que
tratar de matar el sol o la luna o las estrellas. Basta con vivir del mar y matar a
nuestros verdaderos hermanos.”