La noche ha girado un poco más sobre las chimeneas. Por encima del hombro de este hombre, a tráves de la ventana, veo un gato tranquilo que no se ahoga en luz, que no está preso en sedas, con libertad para detenerse, desperezarse y volver a avanzar. Odio todos los detalles del vivir individual. Pero estoy aquí, clavada, para escuchar atentamente. Una inmensa presión me agobia. No puedo moverme ni desplazar de su lugar el peso de los siglos. Flechas, un millón de flechas, me atraviesan. La burla y el ridículo me desgarran. Yo, capaz de dejar alegremente que el granizo me cubra, quedo inmortalizada aquí. Quedo en evidencia. El tigre salta. Con sus látigos las lenguas se dirigen a mí. Móviles, incesantemente, las lenguas se agitan sobre mí. He de defenderme con mentiras. ¿Qué amuleto hay contra semejante mal? ¿Qué rostro puedo invocar para que amortigüe este ardor? Pienso en nombres inscritos en las tapas de las grandes cajas, pienso en madres bajo cuyas anchas rodillas descienden las suyas, pienso en arboledas hacia las que descienden, grito, protegedme, porque soy la más joven, la más desnuda, de todas vosotras. Jinny se deja llevar como una gaviota por la ola, hábilmente se sirve de su aspecto aquí y allá, diciendo esto y diciendo lo otro, sin mentir. Yo miento. Y delinco.
Ahora echaré a andar, como si me hubiera propuesto algo, y así cruzaré la estancia hasta llegar al balconcito. Veo el cielo, con las suaves plumas del súbito fulgor de la luna. También veo las barandillas de la plaza, y dos personas sin rostro, recortándose como estatuas contra el cielo. Resulta que hay un mundo inmune al cambio. Después de cruzar este salón bullente de lenguas que me pinchan como cuchillos, obligándome a tartamudear, a mentir, me parece que los rostros se hayan quedado sin rasgos, privados de belleza. La pareja de enamorados está agazapada bajo el plátano. El policía hace guardia en la esquina. Pasa un hombre. Resulta que hay un mundo inmune al cambio. Pero yo carezco del aplomo suficiente, ahí, de puntillas en los límites del fuego, aún chamuscada por el ardiente aliento, con miedo a que se abra la puertam a que el tigre salte, incluso para formar una frase. Perpetuamente contradice cuanto digo. Todas las veces que se abre la puerta, me interrumpen. Aún no he cumplido los veintiuno. He nacido para que me hagan añicos. He nacido para que se burlen de mí toda la vida. He nacido para ir arriba y abajo, entre estos hombres y estas mujeres de rostros convulsivos y lenguas mendaces, como un corcho en un mar alborotado. Como la cinta de un alga, soy proyectada muy lejos cada vez que la puerta se abre. Soy la espuma que llena de blancura las mas alejadas oquedades de la roca. Y también soy una muchacha, aquí, en esta sala.
Me ha encantado, muy atrapante, con muchos climas. todo lo que esa muchacha puede ser y abarcar, desde alli sentada, su alma inabarcable, inconmensurable.
ResponderEliminarEn verdad, que es maravillosa. Cierto!
ResponderEliminarDemasiado envolvente, hasta perdernos en el líquido de los deseos fervientes.